El traje, el vestido, los zapatos, los regalos, el sobre...está claro que, a nivel económico, las bodas suponen un revés en la cartera que no todo el mundo puede (o quiere) asumir. Por eso, mucha gente decide ir a aquellas bodas de los amigos "de verdad". Aquellas bodas de la gente con la que más te apetece compartir ese día tan feliz.
A nivel emocional, está claro que es un día de alegría. Un bonito día en el que ves que una pareja que, en la mayoría de los casos, se quiere mucho, celebra la creación de un vínculo, si cabe, más fuerte del que tiene. Además, además de compartir la felicidad de los novios, es la oportunidad para reunirte con viejos amigos que las prisas del día a día, los compromisos, el trabajo, etc han provocado que haga mucho tiempo que no ves.
Ayer tuve la boda de una gran amiga y pude volver a apreciar lo mismo que he visto en las últimas bodas de grandes amigas. Y es que una de las cosas más bellas de cada una de las bodas a las que he ido es que se producen "microbodas". Es como si, además de casarse los novios, se recasaran aquellas parejas que ya llevan muchos años juntas. Parejas que influidas por la rutina o la monotonía pueden pensar que ya no queda un gran vínculo de amor entre ellos, pero que, sin embargo, ese día se contagian de la felicidad de los novios y recuerdan el por qué un día tomaron la decisión de pasar la vida acompañándose.
Tengo que reconocer que aunque siempre me he sentido más contraria a las bodas que a favor, ver esa sonrisa de felicidad, especialmente durante el baile -momento en el cual estas microbodas alcanzan su punto álgido-, de todas esas parejas que cada día llevan a cabo el extraordinario acto de mantenerse juntas a pesar de las dificultades, hace que ese día merezca mucho más la pena. Una bolsa de oxígeno para seguir unidos en la cotidianidad de los días.
A nivel emocional, está claro que es un día de alegría. Un bonito día en el que ves que una pareja que, en la mayoría de los casos, se quiere mucho, celebra la creación de un vínculo, si cabe, más fuerte del que tiene. Además, además de compartir la felicidad de los novios, es la oportunidad para reunirte con viejos amigos que las prisas del día a día, los compromisos, el trabajo, etc han provocado que haga mucho tiempo que no ves.
Ayer tuve la boda de una gran amiga y pude volver a apreciar lo mismo que he visto en las últimas bodas de grandes amigas. Y es que una de las cosas más bellas de cada una de las bodas a las que he ido es que se producen "microbodas". Es como si, además de casarse los novios, se recasaran aquellas parejas que ya llevan muchos años juntas. Parejas que influidas por la rutina o la monotonía pueden pensar que ya no queda un gran vínculo de amor entre ellos, pero que, sin embargo, ese día se contagian de la felicidad de los novios y recuerdan el por qué un día tomaron la decisión de pasar la vida acompañándose.
Tengo que reconocer que aunque siempre me he sentido más contraria a las bodas que a favor, ver esa sonrisa de felicidad, especialmente durante el baile -momento en el cual estas microbodas alcanzan su punto álgido-, de todas esas parejas que cada día llevan a cabo el extraordinario acto de mantenerse juntas a pesar de las dificultades, hace que ese día merezca mucho más la pena. Una bolsa de oxígeno para seguir unidos en la cotidianidad de los días.